Violencia sexual contra mujeres indígenas como arma de guerra

Violencia sexual contra mujeres indígenas como arma de guerra

Por: Equipo Otramérica – mayo 24 de 2012

Las violencias en Colombia son múltiples y entre los grupos vulnerables las mujeres indígenas son uno de los más afectados. Un informe de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) revela el drama, la impunidad y la indefensión de las mujeres de los pueblos originarios. Los testimonios y la realidad superan la peor de las pesadillas.

El 5 de mayo de 2003, en el resguardo indígena de Betoyes del municipio de Tame (Arauca), Omaira Fernández, de dieciséis años y con seis meses de embarazo, fue a lavar la ropa al río, donde un grupo de soldados del Ejército Nacional, uniformados como paramilitares, la violó. Después, “la comunidad tuvo que ver horrorizada como le abrían el vientre a la joven, le extraían el feto, lo trozaban” y arrojaban los cadáveres al río. Ese mismo día, los falsos paramilitares “ejecutaron a cuatro indígenas e hirieron a dos más […] y violaron a tres muchachas de once, doce y quince años, todos miembros de la etnia Guahíbo”, como lo señala la ONIC en el informe que acaba de entregar a Margot Wallström, representante especial del secretario general de las Naciones Unidas para la violencia sexual en el marco de los conflictos armados.

En 2008, la Corte Constitucional de Colombia afirmó que “la violencia sexual contra las mujeres indígenas es una práctica habitual, extendida, sistemática e invisible en el contexto del conflicto armado colombiano, así como lo son la explotación y el abuso sexuales, por parte de todos los grupos armados ilegales enfrentados y, en algunos casos, por parte de agentes individuales de la Fuerza Pública”.

Además del conflicto armado interno que vive Colombia, el contubernio evidente entre el Gobierno Nacional y el capital transnacional para apropiarse de los recursos energéticos, minerales y ambientales de los resguardos indígenas ha generalizado la militarización de esos territorios ancestrales, con lo cual se ha ‘revitalizado’ el contexto de violación a los derechos de las mujeres indígenas.

El informe entregado a la representante especial de la ONU explica que “el Estado garantiza la protección y seguridad a las empresas que están operando los megaproyectos, lo que significa la presencia e instalación de batallones […] en los territorios indígenas […] “trayendo consigo como lo hemos evidenciado, la creciente prostitución que involucra a niñas indígenas, los embarazos no deseados, las enfermedades de trasmisión sexual, el involucramiento afectivo y la violencia sexual”. Por ejemplo, en Cumaribo (Vichada) se instaló el Batallón de Infantería No. 43, cuyo número de efectivos supera con creces a la población indígena.

Y la situación siempre puede empeorar: “junto con las Fuerzas Militares y la Policía hacen presencia grupos armados ilegales, paramilitares y guerrilleros, que también han hecho de nuestros cuerpos un botín de guerra”, señalan las redactoras del informe, quienes explican que “nos tomamos la tarea de documentar nosotras mismas estos casos y acompañarnos para exigir, de manera colectiva como mujeres indígenas, verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición”.

Muchas de las agresiones están documentadas en la base de datos del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), donde se encuentra, por ejemplo, que en julio de 2009 “un soldado, adscrito al Batallón Santa Bárbara de la Brigada 10 Blindada del Ejército Nacional abusó sexualmente de una niña de trece años de edad, perteneciente a la comunidad indígena Wiwa […] el militar se fugó, no sin antes golpear a la niña y hacer dos disparos al aire para impedir que lo persiguieran […] El capitán encargado del mencionado Batallón se reunió en el resguardo wiwa con los indígenas que habitan en el sector, les manifestó que el soldado es miembro de la unidad militar, pero les negó la identificación”.

Silencio e impunidad: todos ponen

El informe señala que “la mayor, más dolorosa y silenciada situación que viven las mujeres indígenas está ligada a la violencia sexual”. La impunidad y el silencio se repiten en la mayoría de los casos.

El sistema de justicia que opera en los lugares en los que habitan los pueblos indígenas “es pobre y precario, y sus funcionarios desconocen los derechos de los pueblos indígenas y los derechos de las mujeres. Generalmente, no se cuenta con traductores en los procesos judiciales y no existen protocolos de atención específicos para las mujeres indígenas. Muchas veces, nuestros casos se ventilan de manera colectiva, olvidando normas básicas que protegen el derecho a la intimidad de las víctimas de violencia sexual”, advierten las redactoras del informe de la ONIC.

La organización señala que el hecho de que los perpetradores de violencia sexual sean agentes estatales “incrementa los niveles de impunidad y las dificultades en el ejercicio del derecho al acceso a la justicia”. El racismo contra mujeres indígenas por parte de los funcionarios encargados de atender los casos es otro factor que apuntala la impunidad: en 2009, “miembros del Ejército Nacional abusaron sexualmente a una indígena de 22 años de edad, en el Cauca, [ella] denunció los hechos ante la Personería Municipal de Jambaló. Días después cuando fue a preguntar por el trámite de su denuncia le contestaron que ese trámite se demoraría. A pesar de la gravedad de los hechos, la Personería no ofició a la Fiscalía General de la Nación ni remitió a la víctima al Instituto de Medicina Legal ni a un centro de salud. Por iniciativa propia, y ante la negligencia de las autoridades municipales, ella acudió a denunciar los hechos ante la Fiscalía”.

En ese mismo año 2009, la ONIC solicitó a la Fiscalía General de la Nación información sobre el estado de las investigaciones de los delitos de violencia sexual en las que las víctimas son mujeres indígenas. La Fiscalía reportó siete casos de violencia sexual en investigación preliminar y agregó que faltaban pruebas mínimas para investigar los hechos.

Muchas veces, los actos de violencia ejercidos contra las mujeres quedan ocultos bajo el silencio, por “el temor de enfrentarnos al victimario cuando éste abusa del terror que causan las armas”. En otros casos, las mujeres indígenas víctimas de agresiones sexuales no denuncian los actos de agresión o, si los declaran, esta información no sale de la comunidad indígena porque “factores culturales tales como la vergüenza, el aislamiento y la estigmatización social generados sobre una mujer por el hecho de haber sido víctima de violencia sexual, las llevan a ellas, e incluso a sus propias familias y comunidades, a abstenerse de denunciar lo ocurrido para no violentar lo que se percibe como el ‘honor’ de la afectada o de sus parientes”, según señala la Corte Constitucional en el Auto 092 de 2008.

El dolor y las exigencias al Estado

Las múltiples violencias de las cuales son víctimas las mujeres indígenas “producen un sufrimiento espiritual y cultural, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Según la Ley de origen y las distintas culturas involucradas, este sufrimiento cobra diferentes formas. Estas violencias […] muchas veces afectan a mujeres que pertenecen a pueblos en riesgo de exterminio y extinción, o en estado de alta vulnerabilidad, quebrantando el equilibrio cultural, espiritual y físico ya amenazado”.

Insiste el informe en que “frente a esta abrumadora realidad, vivir sin violencia para las mujeres indígenas sería vivir en armonía, estar bien en nuestros pueblos y comunidades, y en cualquier otro lugar. Al decir de las mujeres, es estar bien siempre y no ocasionalmente, y contar con mecanismos estatales, comunitarios y familiares de resolución de los conflictos. Vivir sin violencia es tener realizados todos los derechos, tanto individuales como colectivos. En el plano colectivo, por ejemplo, es importante contar con un territorio propio, el cual para las mujeres debe ser además un territorio seguro, que les permita transitar sin el temor de ser agredidas físicamente ni sexualmente”.

Las redactoras del estudio recomiendan a la representante especial de la ONU que “inste al Estado colombiano para que, de manera inmediata, tome las medidas para remediar y poner fin esta situación de vulneración sistemática a los derechos humanos de las mujeres indígenas”.

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